Al empezar a leer, una por una, enterrándose en cada fibra, las palabras se dirigían al corazón. Los ojos, impávidos, no lograban desviar la mirada, víctimas de su propio voyerismo suicida.
Al empezar a leer, una por una, enterrándose en cada fibra, las palabras se dirigían al corazón. Los ojos, impávidos, no lograban desviar la mirada, víctimas de su propio voyerismo suicida.