15.11.09

¡Combate!

Llegue a los vestidores a cambiarme, es el torneo regional de Taekwondo y hoy tocaban las semifinales.
Buenos días le dije a mí único compañero de vestidor, haciendo obligatorio las muestras de cordialidad entre dos Taekwondoines: empezar a platicar y ayudar a poner el peto de protección cuando fuera necesario. Resulto ser de Guanajuato, Salvatierra, especifico, y como siempre que escucho ese nombre, respondo como perrito de Pavlov: de ahí es mi abuela.

Devolvió el gesto ayudándome con mi peto y salimos a calentar, el auditorio tenía ese ambiente tenso de todos los combates: era una nave dividida por pequeños cuadros establecidos para que dos humanos se golpearan, escenarios para uno de los mejores actos de agresión civilizada. En las paredes retumbaban los golpes de los que empezaban a practicar sus mejores patadas, y de repente se escuchaban los gritos de un entrenador o de un equipo.

Indiferentes, seguimos charlando, seguíamos platicando del horrendo hotel en el que nos enfundaron y si habíamos sido lo suficientemente valientes como para tocar el desayuno. Empezamos a ayudarnos a estirar y ya éramos compañeros de torneo.

De pronto, el grito de mi entrenador, me despedí deseándole suerte, debía regresar a supervisar y apoyar a mi equipo.

Pasaron horas, llego mi turno.

Entre al cuadro de combate, de pronto un cuadro de cuatro por cuatro se convierte en el ombligo del mundo, delimitado por una línea marcada en el piso, y rodeada de espectadores dispuestos a ver tu desempeño contra otro.

Suspiré hondo, intentando sentir y respirar la adrenalina que nace en cuanto te llaman a presentarte. La mirada fija en otro punto, pues no quieres prestarle atención a tu contrincante, no hasta que den el grito de listos, y alces la mirada para que con un grito y una mirada fija, amenazante, para dejar bien claro que tú vas a ganar.

Ojos arriba, y mientras gritaba, me di cuenta que lo conocía, era mi reciente compañero de Guanajuato, pero ya no estábamos ahí para conversar.

Ambos en guardia, la espera del primer ataque.

¿Cómo vas? Fue mi patada a su cabeza y un grito animal, que respondió con un todo bien, gracias con otra patada a mi peto, nuestras miradas fijas seguían esta conversación corporal, piernas y brazos charlaban con toda la intención de dañar al otro.

¡Carlos! ¡Carlos! Escuché, mi padre y amigos gritaban mi nombre, el coach indicaciones, extrañamente, otras personas también lo gritaban y no es que no me gustara la fama, pero nunca había recibido apoyo de desconocidos, y mucho menos esperaba recibirlo de otras escuelas. 

¡Acércate Carlos! – grito mi coach
¡Carlos aléjate! –grito el coach contrario.

Nuestra mirada por un segundo se relajo ¿Quién dijo que?, las ordenes no eran claras y se esbozo una sonrisa.
Carlos contra Carlos.

Mucho gusto, no había mejor manera de presentarnos.

Siguió el combate, disfrutando los gritos ajenos como propios, y continuando el intercambio de golpes en una conversación corporal de puños y patadas que no acepta tintes políticamente correctos.

Al final del combate, el juez se acerco, levantando la mano de Carlos.

2 comentarios:

  1. Muuuy bueno! me encantó la idea del diálogo de patadas y el cierre es redondo

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  2. me encanto carls!... escribes muy ameno! felicidades!.. oye... mmmm este... me podrias decir la mano de cual carlos??? jeje

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